Durante mi adolescencia, como tantos otros jóvenes, me obsesioné con varios grupos de música. En mi caso era una abanderada del Rock, y menor medida del Glam. Uno de los grupos que más hondo caló en mí fue Queen.

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​Recuerdo que la primera que escuché hablar de aquel grupo y, más concretamente de Freddie, tenía quine años y estaba en Sanbach, Inglaterra. Había realizado un intercambio con una familia inglesa a través de mi instituto. El padre de la chica que me acogió era un hombre rudo, con pintas de motero. La primera noche que pasé en aquella casa, mientras la madre hacía la cena y mi nueva amiga y yo hablábamos sentadas en la moqueta del salón, su padre puso un DVD que contenía actuaciones de Queen. No sé muy bien si era un recopilatorio o un único concierto, pero recuerdo perfectamente el brillo en sus ojos y lo emocionado que estaba. Yo no sabía quién era ese grupo pero algunas canciones me sonaban de haberlas escuchado alguna vez en la radio o en la tele. Le pregunté a mi amiga y ella me contó la historia de la ferviente adoración que su padre sentía por ese grupo.